Josep Maria FONALLERAS - La Vanguardia, 23/04/2006 La lección del de Palafrugell es insigne, insomne, dolorosa
¿CÓMO SUSTRAERSE AL IMPULSO DE HABLAR DE PLA en el día en que se cumplen veinticinco años de su muerte? ¿Cómo evitar la tentación de decir algo sobre él, algo que sea nuevo, distinto, personal? Y ¿por qué hacerlo? ¿Nos debe impulsar la efeméride al recuerdo porque sí, sin más, con la excusa de la conmemoración? ¿Qué más puede uno aportar que no sea repetitivo, que no haya sido dicho? Por una vez estoy de acuerdo con Jordi Pujol: "Lo que yo diga no tiene ninguna importancia, lo que queda es la obra del escritor". Por supuesto. Escribo este artículo en un tren, un tren que, por momentos, se desplaza sobre las aguas (o eso me parece), un tren en el que viajamos yo y un señor aproximadamente borracho, un tren que me produce una tremenda e insondable melancolía. Es decir, estoy solo y me encuentro en un estado más o menos apático y ensimismado y, sobre todo, no vivo en las condiciones ideales para dejar que suene lo que debería sonar. Su obra, y punto. Como comprenderán, no puedo consultar ni una línea de sus más de treinta mil páginas (escribo en un ordenador sin conexión; es casi una reliquia) y esta circunstancia, que en otros momentos sería dramática, hoy por hoy se me antoja una oportunidad única para no perderme en las citas de unas frases que llevan años haciéndome compañía. Sin tener a mano sus adjetivos me siento desamparado, pero queda el hálito, la lección desesperada que Pla nos legó. A ella me aferro. Me adhiero a ella. Es esa lección la que me cobija, la de un verso de Comadira en la que el poeta describe cómo, allí, solo y ensimismado, sigue escribiendo incansable Josep Pla. |